El detrás de escena con el creador del crucero metálico

Habla Andy Piller, creador del 70,000 Tons of Metal

por Matías Gallardo

Hace años que los festivales de Heavy Metal no son ninguna novedad. El formato, que se ha extendido prácticamente por todo el mundo, es una forma de aglutinar un montón de grupos de diferentes estilos con cierto estilo curatorial que atrae a todo tipo de públicos. Están aquellos que son más íntimos, están aquellos que son gigantescos. Están los que apuntan a un público más ecléctico, y los que son baluartes de una escena particular. En medio de todo eso existe 70,000 Tons of Metal, el festival que durante cuatro días lleva a bordo un montón de bandas y fanáticos en un crucero por las costas del mar caribe. ¿Un crucero metálico? Sí, suena como una locura, pero en 2026 se realizará su edición número 14, con bandas como Amorphis, Dark Tranquillity, Dødheimsgard, Anthrax, Paradise Lost y Tribulation entre sus confirmadas. Desde su primera edición en 2011, el festival creció de forma exponencial, y hoy se convirtió en uno de puntos fijos en el calendario de muchos metaleros que, año a año, se hacen a la mar para vivir esa aventura. Hace algunos meses, Jedbangers tuvo la posibilidad de charlar con Andy Piller, el creador del festival. Con el mismo entusiasmo que lo llevó a crear un evento que no entraba en la cabeza de nadie, Andy describió sus comienzos en la industria y hasta sus planes de exportar el formato a Sudamérica…

  • ¿Qué dificultades tuviste para convertirte en promotor de Heavy Metal, siendo algo tan fuera de lo común en un país como Suiza?

Mirá, no solo en Suiza, en cualquier parte del mundo. Si un hijo o hija dice que quiere dedicarse a la música o al arte, los padres se agarran la cabeza: “¿de qué vas a vivir?”. En Suiza, claro, lo esperable es que seas banquero, abogado, dentista, algo así. Una “profesión seria”. Ser promotor o trabajar en la industria musical, arriba o detrás del escenario, es un proceso de selección enorme. Hay una competencia brutal. Siempre decimos en broma: “no hay negocio como el show business”. Y si lográs hacer carrera en el arte o la música, probablemente podrías hacerlo en cualquier otra industria. Yo empecé haciendo esto como un hobby, a los 17 años. Organicé mi primer show siendo adolescente. Mis viejos no estaban nada felices, sobre todo porque cada vez lo hacía más seguido. Siempre tuve eso: querer más, hacerlo más grande. Empecé organizando conciertos por todo el país, y después seguí trabajando como booking agent, armando giras en países vecinos: Austria, Italia, Francia… Eso me llevó a trabajar como tour manager. Estuve de gira durante 15 años, con muchas bandas, incluso algunas canadienses de Vancouver. Fui varias veces a Vancouver, para pre y posproducción, y me enamoré de la ciudad. Me compré un departamento de vacaciones muy cerca del puerto, a metros del muelle donde salen los cruceros. Un verano, hace 18 años, estaba en el balcón con unos amigos tomando algo (no agua, por supuesto), y vimos zarpar uno de esos cruceros. Ahí, medio borracho, dije: “che, deberíamos alquilar uno de estos barcos y hacer un festival de Heavy Metal arriba”. Mis amigos me miraron y dijeron: “Andy, estás en pedo, eso no va a funcionar”. Seguimos tomando. Pero al otro día me desperté con una resaca terrible y la idea seguía en mi cabeza. Pensé: “esto es una locura… pero podría funcionar”. Conocía todos los aspectos de la industria musical: promotor, agente, tour manager… pero no sabía nada de cruceros. Ni siquiera sabía cómo se escribía la palabra cruise. Así que empecé a aprender. Me subí a varios cruceros para entender cómo funcionaban. Muy rápido me di cuenta de que el desafío más grande iba a ser convencer a una empresa de cruceros de alquilarme uno de sus barcos de lujo para hacer un festival de Metal. Todos sabemos el estigma que tiene el Heavy Metal. Y, claro, yo no era banquero ni millonario. Alquilar un barco cuesta millones de dólares. Había que encontrar inversores y convencerlos de una idea que todos consideraban una locura. Pero bueno, acá estamos. La respuesta corta a tu pregunta de cómo surgió la idea: estaba borracho (risas).

  • ¿Y cuánto tardaste en convencer a los inversores? Imagino que no debe haber sido fácil, con todos los prejuicios que existen sobre el Metal.

Exactamente. Me tomó más de tres años y medio desde que tuve la primera idea. Yo quería hacerlo en enero o febrero, cuando es invierno en el hemisferio norte pero el clima en el Caribe todavía está bien, sin huracanes. Además, para la gente de lugares como Escandinavia o Canadá, pasar de -30 °C al Caribe es un sueño. Y también tenía claro que no podía hacerlo en verano, porque ahí es temporada de festivales en Europa y Norteamérica. Esperaba lanzar el primero en 2010, pero la plata no apareció a tiempo. Tuve que seguir un año más, insistiendo, frustrado, con mucha sangre, sudor y algunas lágrimas. Pero cuando creés de verdad en algo y te esforzás lo suficiente, podés lograr casi cualquier cosa.


  • ¿Y cómo fue convencer a las bandas? Porque no deja de ser una idea rara: subirte a un barco y tocar rodeado de fans todo el tiempo.

Hubo muchas dudas, claro, tanto de los artistas como de sus managers y agentes. Se reían, me decían: “Andy, estás loco, eso no va a funcionar”. Por eso, en el primer 70,000 Tons of Metal, la mayoría de las bandas eran grupos con los que ya había trabajado antes. Me conocían. Sabían que tenía ideas locas, pero también sabían que cumplía lo que prometía. Después de la primera edición, los músicos empezaron a hablar entre ellos, y se volvió más fácil. Igual, a algunos me tomó años convencerlos. Lo divertido es que muchos de los que más costó convencer, después de tocar una vez, fueron los primeros en llamarme al año siguiente: “¿Podemos tocar de nuevo?”.

  • En cuanto a la logística, ¿cómo manejás los tiempos y compromisos de las bandas, sabiendo que cada una tiene giras, festivales, grabaciones?

Hoy, la edición 2026 ya está prácticamente cerrada, y estamos trabajando en 2027, 2028 y 2029. Todo empieza con conseguir el barco, algo que se planifica con años de anticipación. A veces no se trata de que la banda no quiera tocar, sino de que tiene otros compromisos o un integrante está en el estudio con otro proyecto. Algunos músicos tocan en tres bandas diferentes. Pero bueno, los desafíos están para superarlos. Tarde o temprano, voy a tener a todos.

  • Organizar un festival en un barco debe tener desafíos que no existen en tierra firme. ¿Cómo manejan eso?

Tal vez el mayor desafío sea el propio Andy, porque siempre quiero hacer que todo sea más grande y más extremo. Estamos orgullosos de haber construido el escenario al aire libre más grande que jamás haya navegado. Montar algo así en un barco es completamente distinto: no podés anclar estructuras, el barco se mueve, hay viento, y la seguridad es prioridad. Y después está la parte logística: en tierra tenés días o semanas para montar un escenario. En el barco tenemos apenas unas horas entre que baja la gente del crucero anterior y sube la nuestra. Hay que subir 15 camiones de equipos con grúas y cientos de personas trabajando. Desde afuera parece un caos, pero está todo planificado al milímetro. Cada caja, cada estructura tiene su color, su lugar exacto. Es una locura, pero funciona.

  • Una de las cosas más llamativas del festival es que no hay separación entre músicos y público. Desde afuera parece una receta para el caos, pero todos dicen que funciona. ¿Esa idea surgió desde el principio?

Sí. Cuando empecé a visitar barcos, me di cuenta de que era imposible tener un backstage real o una zona VIP. Así que pensé: “OK, si no puedo tener un backstage, voy a hacer que todo el barco lo sea”. Mi idea fue crear una atmósfera donde todos se sientan parte. Por eso definí una proporción de un músico cada diez fans. El primer barco, el Majesty of the Seas, pesaba unas 73.000 toneladas, de ahí el nombre 70,000 Tons of Metal. Teníamos 2.000 pasajeros y 200 músicos. Hoy usamos un barco más grande, de más de 150.000 toneladas, donde entran 3.000 personas y 60 bandas. La clave es que todos son iguales: músicos, fans, todos pasan por el mismo check-in, comen en los mismos lugares, comparten espacios. Y eso genera un respeto mutuo. Literalmente, todos estamos en el mismo barco. Además, hay horarios de meet & greet para evitar que la gente ande todo el tiempo con discos buscando firmas. Todo fluye naturalmente. En un festival normal tenés cinco segundos para una selfie. Acá convivís cinco días con ellos. Eso crea una comunidad real.

  • Vi fotos y leí historias increíbles del festival, con gente viviendo algo casi de parque de diversiones. ¿Esperabas ese resultado cuando tuviste la idea, borracho en el balcón?

(Ríe) Sí, creía que podía funcionar, por eso le dediqué tres años y medio antes del primer evento. Pero cómo resultó, superó mis sueños más locos. Este año tuvimos gente de 81 países diferentes a bordo. A veces decimos que 70,000 Tons of Metal es “las Naciones Unidas del Heavy Metal en el mar”. No importa de dónde vengas, qué color tengas o qué idioma hables: todos son iguales. Y eso, en estos tiempos, es fundamental. Tenemos gente de países en guerra que conviven pacíficamente durante el crucero. Las fronteras solo existen en los mapas y en la cabeza de la gente. Si querés entenderte con alguien del otro lado del mundo, no lo hacés por Zoom: te encontrás, compartís una cerveza. Eso es 70,000 Tons of Metal: una comunidad global unida por el Metal.

  • ¿Hubo momentos en los que pensaste que el crucero no podría sobrevivir?

Sí, claro. Hace cuatro o cinco años, con la pandemia. Fue durísimo. Dos años sin cruceros, sin giras, sin festivales. Económicamente fue un golpe tremendo. Hubo momentos en los que pensé: “Tal vez mi viejo tenía razón y debería haber sido banquero” (risas).

  • Y ahora que estás en Sudamérica, se comenta que hay planes de hacer algo acá. ¿Podés adelantar algo?

Sí, hay planes. En realidad, ya había ideas antes de la pandemia. Luego todo se frenó, pero los planes siguen vivos. No puedo decir todavía cuándo ni dónde, pero algo va a pasar. Eso sí: no se va a llamar 70,000 Tons of Metal. Porque eso es más que un festival, es una familia. Mucha gente ahorra todo el año para poder venir, y no quiero dividir a la comunidad haciendo dos eventos distintos. Así que habrá nuevos proyectos, pero con otro nombre.

  • Después de tantos años, ¿cómo hacés para mantener viva la motivación y no convertirlo simplemente en un trabajo más?

Siempre hay nuevos desafíos. Siempre hay algo distinto por hacer. Por ejemplo, convencí a Metal Church de reunirse y tocar su show de regreso en el barco. También tuvimos la despedida de God Dethroned, que después de tocar ahí vinieron y me dijeron: “Esto fue tan increíble que si alguna vez volvemos, será acá”. Tres años después, me llamaron y cumplieron su palabra. Y tuvimos cosas tan inusuales como Swallow the Sun tocando Metal con ballet, algo que solo habían hecho en Helsinki. Eso es lo que mantiene vivo el espíritu: seguir sorprendiendo, seguir soñando.


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