Por Carlos Noro
La confirmación de que BORIS tocará por primera vez en Argentina el 28 de noviembre de 2025 en El Teatrito funciona como el desenlace de una espera que, paradójicamente, nunca dejó de alimentarse a sí misma. Durante dos décadas, la banda japonesa creció como una entidad que se volvió casi mítica para un público local que la conoció primero por la intensidad de su ruido, luego por la amplitud de su lenguaje y finalmente por la imposibilidad de clasificarla sin reducirla.
El marco tampoco es casual: los 20 años de Pink, quizá el momento más decisivo de su trayectoria. Ese álbum significó algo que pocas bandas logran sin caer en sus propios trucos: un punto de inflexión que no cancela el pasado pero tampoco anticipa el futuro, sino que lo condensa. Un trabajo donde lo melódico no contradice lo abrasivo, donde la belleza no compite con la furia y donde la distorsión —esa materia prima que tantos tratan como fin en sí mismo— se vuelve vehículo para emociones más ambiguas, más inasibles.
En Pink, BORIS encontró un modo de coexistencia entre la urgencia punk, el drone espiritual, el pop ruidoso y un lirismo visceral que no provenía de las voces sino de la tensión misma del sonido.
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Ver ese disco rearmado en escena, veinte años después, abre un interrogante mayor: ¿cómo se reinterpreta un álbum que, en su momento, ya funcionó como una relectura radical del propio BORIS?
Porque Pink no fue un nuevo comienzo: fue un espejo roto cuyas astillas señalaban direcciones distintas. Su identidad era, desde el origen, una forma de incertidumbre estética. Llevarlo al vivo hoy implica un movimiento doble: honrar su estructura original sabiendo que esa estructura nunca fue estable.
Ahí es donde la presencia de Wata, Takeshi y Atsuo adquiere otra dimensión. Cada uno encarna un aspecto del lenguaje de BORIS: la precisión emocional de Wata, con ese fraseo que oscila entre lo etéreo y lo cortante; el cuerpo híbrido de Takeshi, que transforma bajo y guitarra en un mismo aparato rítmico; y la figura totémica de Atsuo, que no solo marca tiempos sino atmósferas. En un espacio comprimido como El Teatrito, su sonido promete más que volumen: promete densidad física, esa sensación de que la música modifica el aire mismo.
Y es justamente ahí donde emerge la relación particular entre BORIS y el público argentino. No es solo afinidad musical: es una sensibilidad compartida hacia lo que se desborda, hacia lo excesivo, hacia lo emocionalmente extremo. La escena local siempre abrazó proyectos que exploran ese límite —Sunn O))), Mono, el post-rock más devastado— porque hay algo en esa música que dialoga con un temperamento colectivo que entiende la belleza como un lugar donde también caben el riesgo y la herida.
Tres canciones para entrar en clima
Si hay que condensar la vastedad de Pink en tres coordenadas, estas funcionan como brújula:
3Pink
Un mecanismo de impulso: veloz, melódico, ruidoso, urgente. La prueba de que BORIS puede ser directo sin perder profundidad.
2Farewell
Una plegaria laica hecha de drone expansivo. Su aparente quietud es engañosa; es el corazón emocional del disco.
1Woman on the Screen
Punk, pop y distorsión en un choque frontal. Breve, filoso, adictivo: un latigazo contenido.
- BORIS se presenta el viernes 28 de noviembre en El Teatrito, Sarmiento 1752







